10 septiembre, 2009

15-mm-2007

TRAVESIAS POR EL RIO URUGUAY

Grupo “Catorce a Flote”

Terminé de darle la enésima chupada al mate cuando Norma me avisó que Fabián me llamaba por teléfono; fui a atenderlo con la alegría que provoca la llamada de un buen amigo y con el sentimiento de culpa de saber que nunca lo llamo, sin tener algún motivo que justifique esa llamada.
Nos conocemos hace ya muchos años, cuando él era apenas un adolescente y yo superaba los 30; pasamos muchísimos momentos inolvidables y compartimos varios proyectos, algunos casi místicos. Compartimos nuestras alegrías y padecimientos. Pero seguramente el abismo que produce la diferencia de edades fue bifurcando lentamente nuestros caminos, pero manteniendo siempre alguna forma de contacto –y aquí debo confesar nuevamente que la mayoría de las veces fue él quién lo motorizó, quién tubo la iniciativa- para mantener viva la amistad de la cual siempre me enorgullecí.
Cuando agarré el tubo, no me acuerdo bien si fue a fines de septiembre o principios de octubre del 2004, la inconfundible voz de mi buen amigo me suelta un -¡Hola Luíissss!, con esa graciosa y ¿picaresca? manera que tiene de llamar sus conocidos y amigos no por el nombre de pila, sino por el otro-, y pasó a proponerme que participara en una travesía en canoa haciendo la bajada del Río Salado desde General Belgrano hacia el Río de La Plata, con el grupo que integra desde hace algunos años, el próximo fin de semana largo del 12 de octubre de ese año.
Confieso que el convite me entusiasmó doblemente; por un lado porque Fabián me eligió a mí para ocupar la plaza que uno de los raidistas había tenido que dejar por alguna razón laboral o personal, y por otro lado porque siempre me gustaron y entusiasmaron las aventuras (mi vida desde la última parte de mi adolescencia en adelante fue casi una aventura constante).
Después de reflexionar unos segundos decliné la invitación debido a que sabedor de que la mayoría de los integrantes de este grupo son guardavidas, profesores de educación física y entusiastas que de alguna manera están relacionados con actividades físicas, seguramente haría que yo no estuviera a su altura para cumplir con las exigencias de la experiencia náutica. Ante su insistencia, le expuse otra excusa –quizás más acertada- alegando que a principios de la primavera, la temperatura, humedad ambiente y lluvias características de la época, podría afectar malamente mi condición de asmático, especialmente en las mañanas campestres sobre el río.
Ante un nuevo requerimiento de parte de Fabi, le planteé que esa vacante fuera ocupada por el “negrito” (José Luis) Barrios, quién aceptó rápidamente.
Pocos días más tarde, volvió a llamarme para decirme que otro de los compañeros también había desertado, situación que me hizo dudar mucho, pero mi limitación respiratoria me hizo sostener la posición negativa, proponiendo esta vez, a mi hijo Lucas en ese lugar, quién también accedió de inmediato; fue así que acompañé tangencialmente al que fuera el último viaje del grupo al Salado, masticando una suerte de desazón y frustración.
¿Como negar que el “bichito” del deseo de participar me carcomía por dentro?; y aunque nunca dije nada, siempre estuve deseando hacer una travesía como esa, pero como los guardavidas comienzan a trabajar a fines de noviembre no parecía posible que se hiciera algún viaje con la temporada estival más avanzada y un clima más apacible…
Al año siguiente, más o menos para la misma época, otra vez Fabi me invitó a participar de la aventura, pero con la diferencia de que esta vez, sería bajando por el Río Uruguay en Entre Ríos y en la primera semana de noviembre, es decir, unos 20 días más tarde.
No me llevó muchos segundos calcular que en noviembre y algunos cientos de kilómetros más al norte, las condiciones de temperatura y humedad serían muy distintas, así que mi aceptación fue expeditiva (je!)…
Fue entonces que, junto a Fabi, el “negrito” y el resto de los muchachos (Horacio y “papá” Curti, Carlitos Salvo, Oscar T, Darío, Chirola, Mario y Cristian Duikc, el negro Cao y Oscar y Facundo P. de L., Lucas no pudo participar de este viaje porque tenia que rendir un examen en la facultad), nos juntamos en la casa de Oscar Ponce de León, lugar de salida hacia El Palmar de Colón, lugar de embarcada y punto de partida de la tan ansiada navegación en canoa.
Las experiencias vividas en los viajes y durante las travesías se encuentran perfectamente relatadas en las “bitácoras” escritas por Fabián Cabanellas y Horacio Curti, por lo que me voy a limitar a describir las sensaciones personales vividas en estas prácticas.
Vale recordar que antes de ese momento, mi única experiencia con los remos se limitaba a algún paseo por el lago del bosque de La Plata y, en el mejor de los casos, en la laguna de Chascomús lo que aparecía a todas luces, como muy escaso.
Con la inestimable compañía del “Negro Barrios”, a quién no puedo dejar de referir, no solo por ser un buen amigo, sino también por su incondicionalidad para colaborar con cualquier propuesta o pedido que se le haga; salimos a remar desde el club Náutico de Ensenada hacia las “cuatro bocas”, un par de veces, como para saber de que trataba y como debería actuar ante la contingencia inminente, a modo de entrenamiento.
Esas salidas de entrenamiento me resultaron tolerables físicamente; claro que no es lo mismo un pequeño recorrido en las tranquilas aguas de una zona conocida -muy transitada por todo tipo de embarcaciones, sin grandes vientos u oleajes molestos, ni distancias o tiempos a cumplir más que los que el placer o los compromisos permiten-, que la exigencia de cumplir etapas con distancias ya previstas y con las condiciones climáticas que el río dispone, como lo comprobaría posteriormente.
El jueves con todos nuestros “petates” y provisiones, nos encontramos en la casa de Oscar, para partir hacia la aventura.
La primera impresión que tuve fue la de calcular la aparentemente excesiva cantidad de comida y bebida que se llevaba a la excursión, especialmente esta última; también se me antojó que era demasiada la carga de elementos y útiles que se prepararon. Sin embargo, una vez en lugar de partida, el cargamento se repartió entre las siete canoas y ante mis asombrados ojos, todo se dosificó equitativamente, y fue la carga que nos permitió tener una placentera experiencia gastronómica, libación viñatera y de comodidades, poco emparentada con el deporte…
Ya en la autopista La Plata-Buenos Aires se comenzó con la ingesta de alimentos ya preparados por nuestras esposas y la libación (aún medida) de vino ¾, y más tarde mate con tortas, pasta frola y otras confituras.
Como viajamos en un colectivo MB 1114 acomodado con una mesa con asientos, cocina, baño y 4 cuchetas, más algunos asientos, durante el recorrido de los muchos Km. por las rutas 9 y 14, no sufrimos incomodidades, y si las hubo, estas fueron disimuladas entre las chanzas, bromas, cuentos, mateadas y partidas de truco y el consumo de cantidades enormes de maníes con cáscara.
Esa noche hicimos campamento en El Palmar, junto a las ruinas de una antigua calera, y a la mañana siguiente (viernes), después de desayunar pan tostado a la parrilla con tajadas de dulce de membrillo o batatas con mate –como fue la constante de todas las mañanas-, aprendí a cargar las canoas con cantidades de cajas de vino, bidones con agua, bolsas de frutas, carpas, tablas y caballetes para las mesas, parrillas, un gran disco de arado para cocinar, sillas plegables, los víveres que consumiríamos durante ese fin de semana y otros elementos que calculo sumaría unos 300 kilos en total.
Contemplando las ruinas de esa calera que funcionó hace un par de siglos atrás, empecé a divagar e imaginar los pensamientos de aquellos españoles que cruzando por esos lugares remotos, seguramente buscando un camino hacia “El Dorado”, descubrieron la blancura de las laderas en las costas, que reveló esa veta de cal que fue el inicio de un gran negocio y sirvió la para construcción de importantes obras y ciudades del virreinato del Río de La Plata.
En esa vastas soledades, esclavizaron a los pobladores de la zona y otros originarios traídos de Corrientes y Misiones; reclamándoles esfuerzos más allá de sus posibilidades, hasta desfallecer, con escasos alimentos y ninguna atención médica. Las crónicas de Indias están plagadas de historias como esta, generadas al paso de una “sublime evangelización”, donde los pobladores nativos no eran considerados humanos, para poder esclavizarlos. Con la excepción de los jesuitas, quienes pagaron con su expulsión del continente, por el pecado de cumplir con la obra que la Iglesia les encargó (pero no permitió).
¡Que espíritu de aventura tendrían que contener en sus personalidades aquellos hombres!, ¡que entereza de ánimo para enfrentar las vicisitudes del inhóspito territorio!; pero también me preguntaba ¿ante toda esa desmedida avaricia, habría en ellos un lugarcito para apreciar tanta belleza natural?
Mucho se ha escrito sobre estos temas, pero nada es mejor que estar en los lugares de referencia para sentir en toda su dimensión, estos y otros interrogantes.
A la mañana siguiente partimos dejando atrás El palmar. Obviamente formé pareja con Fabián, ya que el poseía la experiencia que yo no tenía, un entrenamiento que le permitiría hacerse cargo de la propulsión del esquife, en caso que mis fuerzas no me acompañaran, y supongo que de alguna manera se hacía cargo de mi seguridad ante alguna eventualidad peligrosa, ya que esta era la primera práctica que el grupo tenía en aguas de un río tan importante como desconocido. Ocupé la plaza de proa y mi amigo, la de popa que es la que debe ocupar el palista de mayor experiencia ya que es el encargado de mantener el rumbo (sin zigzaguear, por ejemplo), ni encallar o pasar cerca de ramas bajas que pueden fácilmente lastimarnos.
Así emprendimos esa mañana, nuestra aventura por el río Uruguay, cuyo nombre proviene del guaraní. Sin embargo, existen varias explicaciones acerca de su origen: "El río de los que traen de comer". Esta versión ha cobrado fuerza desde la aparición de un antiguo escrito redactado por el jesuita Lucas Marton. En un pasaje que se refiere al origen del vocablo Uruguay, dice: "Siendo éste de la lengua guaraní, busqué la repuesta entre la gente de este pueblo, que después de muchos años siguen diciendo la misma cosa: ‘El río de los que traen de comer’. Resulta ser que desde inmemoriales tiempos regocijóse el pueblo nativo en la más abundante variedad de alimentos, frutas, peces, semillas, hierbas, carnes, y otras variedades. No es poca cosa ser entre el pueblo un Uru, pues hasta 40 guerreros avezados acompañan a estos transportadores de comidas. Guai, [Gua: principal, origen; i: río] es el río que une mar y selva con tal preciosa carga. No con poca razón, llaman ellos también Uru [el que transporta comida], a un ave de vivos colores, que recoge semillas del río y las lleva a su nido". Del Libro Yumaranei, escrito por Lucas C. Marton. "Río del país del urú". Una versión muy vinculada a la anterior es la de Félix de Azara. Afirma que el nombre proviene de un ave pequeña, el urú, que habita en parte de las costas del río Uruguay y significaría entonces "río del país del urú". "Río de los pájaros pintados". La interpretación poética de Juan Zorrilla de San Martín. "Río de los caracoles", por su parte, un colaborador de Félix de Azara da esta otra versión muy diferente, dividiendo la palabra en uruguá, "caracol", e ï "río".
Esa mañana fue apacible, el agua del río estaba planchada, y como salimos muy temprano, el aire estaba casi fresco y el sol todavía era un proyecto. Cometí el primer gran error: dejé el pomo del protector solar dentro de la bolsa con las ropas y otros elementos que se usan únicamente en el campamento; y cuando el sol comenzó a hacerse notar en mis piernas al descubierto (llevaba pantalones cortos) y brazos, debí calmarlos con el agua del río, pero esto no fue suficiente para impedir que el sol, muy alto, actuara sobre mi piel; así que a eso de 13,30 o 14 horas, cuando paramos en una isla para armar el campamento, descubrí que había sufrido fuertes quemaduras desde el empeine hasta arriba de las rodillas que me producían unos ardores insoportables los que me acompañaron durante toda la travesía.
Fueron 5 días intensos con placeres producidos por los paisajes contenidos a lo largo de las riberas de un río que sólo pueden apreciarse desde una embarcación, ya que quienes han tenido la satisfacción de conocer este exuberante río, lo hicieron desde alguna playa o puente, y sólo unos pocos privilegiados pueden navegarl0 en yates u otras embarcaciones que no están al alcance de cualquiera. Las islas aparecen y se extienden a lo largo del río, a veces son varias desplegadas paralelamente, con mucha vegetación, con playas y bancos de arena inmensos, que son una deleite para la vista.
La casi absoluta ausencia de presencia humana no hace más que aumentar lo agradable de lo agreste del lugar. Solo unos pocos lugareños, pescadores, pueden verse muy de cuando en cuando.
Este enorme derroche de colores y flora no parece tener fin, los ojos se saturan de verdor, de movimiento sin solución de continuidad de esa masa de agua en su constante fluir.
Que terrible es el acostumbramiento; quienes hacen de la navegación o la pesca una rutina, seguramente pierden progresivamente esa impresionante demostración de grandeza.
La mañana de la segunda jornada de navegación nos sorprendió con la aparición tardía de una bruma que vino desde la costa uruguaya y cubrió lentamente todo, playa, islas, río, cielo; no podía verse nada más allá de 7 u 8 metros, por lo que debimos armarnos de paciencia y esperar hasta cerca del medio día, hasta que una suave brisa comenzó a disipar la niebla y entonces pudimos hacernos al agua. Pero aquella apacible brisa, lentamente fue aumentando en intensidad, hasta que con el correr de las horas se convirtió en un fuerte viento de frente que nos obligó a redoblar nuestros esfuerzos para avanzar al tiempo que provocó un oleaje que hacía pasar lenguas de agua por encima de nuestras canoas. Al principio generó un temor por la posibilidad de algún posible naufragio, pero debido a la destreza adquirida por el grupo en sus anteriores derroteros náuticos, toda la flota (!) cerró con nylons las cubiertas, tapando y protegiendo la carga de mojaduras, al tiempo que así se impidió el ingreso de cantidades importantes de agua, ante cada embate de las olas. En ese preciso momento comprendí con claridad la importancia de llevar los achiques a bordo de las canoas. Estos son pedazos de gomapluma que cuando ingresa agua se las sumerge hasta empaparlas con el agua invasora y se la aprieta para escurrir el agua fuera de la canoa, y así mantener las embarcaciones secas.
A causa de haber zarpado tarde, la navegación también fue más extensa (y esforzada por el viento en contra y las olas), así que después de lo que me pareció una eternidad remando en esa incomodidad, con mis fuerzas ya agotadas, llegamos a la ciudad de Colón, donde hicimos una parada técnica para dar razón de nuestro paradero e intenciones futuras a las autoridades de la Prefectura; poco después continuamos nuestro periplo, pasando bajo el puente internacional, lugar donde mi cuerpo me comunicó que ya no podía seguir remando y que lo que en realidad quería era abandonar la empresa y descansar. Con alguna dificultad, pude escuchar que los responsables de este peregrinaje decidieron continuar cinco -¡CINCO!- kms más adelante, donde había un buen lugar para acampar. …Creo no mentir, ni exagerar mucho, cuando digo que fueron los cinco kilómetros más, sufridos, extenuantes, dolorosos, esforzados y no deseados de toda mi vida; en esos momentos comprendí plenamente el significado de lograr algo “a fuerza de tripas y corazón”; para concretar cada palada con el remo tenía que respirar profundamente buscando oxigenar mis doloridos músculos, hacer un esfuerzo no ya físico (no había tonicidad muscular), sino intelectual para encontrar en algún rincón de mi mente la capacidad de generar un arresto capaz de lograr impartir las necesarias ordenes a los brazos, y que éstos la obedecieran; no podía pensar, y con la mente desordenada me propuse forjar los movimientos repetitivos que acompañaran la gimnasia del resto de los raidistas, (quienes parecían hacerlo sin muchos problemas), hasta que finalmente: ¡llegamos!.
Después de descargar las canoas, con la misma ansiedad del sediento ante un vaso de agua, me tiré sobre algo que había en el piso, una lona o frazada, y sin importarme de quién era la prenda, me dormí profundamente. Tan parecido a un desfallecimiento físico resulto mi siesta que cuando desperté, descubrí que me habían convertido en centro de una broma: los muchachos habían escrito en un plástico las siglas “Q.E.P.D.”, que colocaron delante de mi cabeza…
La última jornada la realizamos con una corriente calmada, sin vientos ni olas, una mañana soleada y cálida sin ser calurosa, plena de luminosidad, donde los colores de la vegetación parecían más concentrados, más fuertes, más nítidos, en fin, más agradables que otras veces.
Esta situación fue un regalo del destino, que hizo tremendamente agradable esa última parte de la aventura, ya que de haber continuado las mismas condiciones de la jornada anterior, me hubiera resultado imposible completar la etapa con un mínimo de dignidad deportiva. Nunca conversé este tema con Fabian para saber cuan pesada resultó para él tenerme de coequiper en esa oportunidad. No volvimos a formar equipo en el futuro, pero eso fue debido a que me acompañó siempre Lucas.
Así fue aquella primera y hermosísima oportunidad de navegar por el río Uruguay, la que me prometí a mi mismo repetirla, si volvían a invitarme en el futuro.
En este viaje descubrí sensaciones tan fuertes, y tan grande fue el entusiasmo que tomé, que cuando volvimos de inmediato me aboqué a la búsqueda de una canoa para comprarla y así no tener que depender de otros para navegar; esta tenía que ser usada para que no resultara muy onerosa, pero que estuviera en buenas condiciones. No fue fácil, pero unos meses después mi amigo Daniel, me avisó que vio una canoa casi nueva en un taller por la que pedían unos 400 o 450 pesos!, y que el dueño tenía urgencia por venderla porque estaba ocupando un lugar en ese taller mecánico. Inmediatamente fui hasta el lugar y realicé la transacción, volviendo a mi casa con la canoa sobre el portaequipajes del auto, contento y feliz.
Como este grupo tiene un contacto permanente, y además son muchos más que los 14 que participan de cada evento náutico anual, periódicamente se produce algún encuentro gastronómico para departir jocosamente alrededor de mucha comida y bebidas, las que siempre –fatalmente- comienzan con una picada con quesos, embutidos, maníes (con cáscara) y vermouth, fernet, soda, vino y alguna gaseosa; continúa con la cena que es el demostración culinaria con la que alternadamente, algún integrante del grupo se luce, y termina agotando la existencia de cuanto licor haya en la casa de la víctima que puso su casa para el acontecimiento; todos vuelven contentos, alegres y en algunos casos algo embriagados (!), pero jamás vi agresión alguna, salvo discusiones interminables, bastante absurdas y sin mucho sentido sobre temas comunes, insólitos y a veces desconocidos, en los que nunca se llega a una conclusión lógica o con algún atisbo de sentido común, pero empachados de risas.